23 de noviembre de 2023: "Accesibilidad en la Toscana"
Accesibilidad en la Toscana
Angélica M. Molina Gómez
Las
turbinas comienzan a sonar. Espero que mi silla de ruedas se encuentre en
bodega y la hayan tratado como se merece, aunque solo yo sepa cuánto lo merece.
Mientras comenzamos a deslizarnos por la pista, y sin venir a cuento, me doy
cuenta que es la primera vez que salgo de España con mi amiga la esclerosis
múltiple en la maleta, y en especial… en mi cabeza. ¿Podré olvidarme de ella y
solo disfrutar? «Dependerá de lo que te ayuden», responde mi diablillo
discapacitado que se encuentra peleándose con las neuronas sanas que aún quedan
por mi cerebro.
¡Vaya! Tres
escalones para llegar a la recepción del hotel… «no se augura un buen viaje»,
escucho de nuevo en mi cabeza. Por suerte mientras refunfuño, un amable
trabajador explica a mi pareja cómo activar la plataforma para silla de ruedas
habilitada al otro lado de donde nos encontramos. Ya en la habitación me quedo
prendada del plato de ducha. Quién me iba a decir a mí en mis tiempos mozos que
eso me dibujaría una sonrisa en la cara.
Días más
tarde un amable trabajador de la Academia de Florencia nos ahorra la infinita
fila de la entrada y conseguimos plantarnos delante del David de Miguel Ángel,
donde hay gente sentada detrás y a los
lados de la estatua de más de cinco metros del peor mármol de la época.
Imponente. Majestuoso. Vívido. Después de él nada podría hacerme creer que
estoy ante algo irrepetible, pero el viaje continúa. El desayuno bufé en la
azotea del hotel nos permite ver de manera cercana la Catedral de Santa María
del Fiore en la Piazza del Duomo. ¿Qué más después de esto? La accesibilidad
está más que asegurada, tanto en visitas como a pie de calle en bares y
estaciones de tren después de lo vivido hasta ese momento. Y fue saliendo de
uno de esos trenes en nuestro segundo viaje (Siena y Pisa) donde gracias a un
florentino, me fue posible bajar del tren sin daños que lamentar. Días después,
decidimos quedarnos en Florencia para observar el magnífico atardecer desde el
Ponte Vecchio. Sin palabras. Sin nada que añadir a las fotos. Solo un beso con
mi pareja podía sellar lo que se veía desde ese punto estratégico de Florencia.
Un punto
más en nuestro recorrido es San Gimignano, donde nos esperaba el mejor helado
del mundo y… ¡así es! Un pueblo medieval, amurallado donde la Piazza della Cisterna es testigo de un
maravilloso helado de Stracciatella que
me hace sentir más que viva… como en los helados de la adolescencia donde
estaba libre de toda enfermedad y enamorada como el primer día de cada cosa que
pudieran ver mis ojos; de mi pareja, mi vida y cada uno de los momentos
toscanos vividos desde que pusimos pie en esa tierra.
¿Accesibilidad?
Toda la que quería y un poco más. En cada una de las esquinas de la ciudad (que
merecía una foto más aunque ya tuviera mil) alguien te ayudaba, ya fuera
un camarero
apartando todo lo que pudiera molestar, un viandante ofreciendo su mano o un
trabajador del hotel con una sonrisa de oreja a oreja, porque la disponibilidad
no es solo física sino también empática. ¡¡¡Gracias, Italia!!!
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