13 de diciembre de 2023

 

Jesús Cadavid Villanueva

El instante en que se paró todo comenzó un mundo nuevo.
El de los síntomas extraños que no entendía. Presagios negros de un diagnóstico que no podía ser verdad.
Esclerosis múltiple certificó aquel médico internista con la indiferente tranquilidad de quien ve llover por la ventana.
EM escrito en un papel.
Letras de lágrimas en aquellos primeros informes condenatorios para un chico de 24 años.
Eso creí.
Eso sentí.

El instante en que se paró todo comencé a caminar distinto. Intentar entender que era imposible que eso me estuviera ocurriendo a mí.
¿¡Cómo!?
Tan deportista. Tan sano. Tenía que ser una broma.
No podía ser.
No.
A mí no.
La EM es como sumergirse en las profundidades de mares inciertos, difusos por definición. En los que encuentras animales extraños. Enredaderas trepando. Agrietados espejos sin reflejo quieto.
Confusas sensaciones mezcladas.
Es un mundo acuoso de sonidos distantes y metas que se alejan.
Y vives así, con movimientos lentos intentando abarcar las cosas con relativa normalidad.
Un poco como una escena a cámara lenta.

El instante en que se paró todo poco a poco empecé a leer los colores de otra manera. A tintar con palabras los hechos y hacer poesía en las trampas que cada día mis sentidos cariados ponían en los empinados escalones de la vida.
Y salté hacia adentro para encontrar que en mi interior bullían verdaderas ganas de continuar avanzando.
Y en esa cuesta arriba fui consciente de la capacidad de superación.
Y sí, surgían momentos en los que anímicamente acabaría con todo.
Fuertes gritos de frustración.
Lágrimas invisibles de dolores que no se veían.
Pero tambien había otros momentos: los del empuje, los de un paso más, los de apoyar las muletas con la fuerza de un gladiador, los de por intentarlo soy medalla de oro.
Y así sentí el sol.
Y miré a los ojos al mar.
Y descubrí la aventura de estar vivo y percibirme. Con mis limitaciones viviendo el presente.

En el instante en que se paró todo juré jamás estar quieto. En pensamiento y pudiendo lo que diera el cuerpo.
Y aquel que fui sigo siendo.
Porque vivir con esclerosis múltiple es andar por la cuerda floja: aciertas, fallas, caes, pero aprendes a levantarte. Y si vuelves a tropezar con esa piedra, con ese miedo que te atenaza, volverás a subir, a levantar la cabeza sintiendo que cada día, cada segundo es tuyo.

En el instante que se paró todo fui consciente de la grandeza de sentirme vivo.







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