HISTORIA 20: CURRO CASTILLO HERVÁS
HISTORIA 20: CURRO CASTILLO HERVÁS
Siete de junio de 1991. Mediodía. La enfermera apareció en la sala de espera, dijo mi nombre en voz alta y me invitó a entrar en la consulta del neurólogo. No recuerdo ni su nombre, ni su cara, ni su voz, solo que me recibió con un tono amable y cercano que intentó sin éxito camuflar su gesto serio y preocupado. Al contrario que la enfermera, no me llamó por mi nombre de pila, sino por el apelativo más personal y profesional: Curro. Esa confianza casi cómplice no la utilizó en citas anteriores y consiguió desatar todas mis alarmas.
Primero las buenas noticias, me dijo en un intento fallido de suavizar la tensión que ya se cortaba en el ambiente, hemos descartado el tumor cerebral, pero también hay noticias menos buenas… A ver, no son buenas…
Esclerosis Múltiple. No sabía absolutamente nada de esta enfermedad, de manera que la noticia solo me produjo, en ese momento, mucha confusión. Solo el tono en la voz del médico consiguió preocuparme. Llegué a la consulta del neurólogo por una gestión directa del cardiólogo que me detectó pérdida de sensibilidad en las piernas y los pies, que se unía a la sensación de arrastrar la pierna izquierda cuando caminaba. Y esa fatiga galopante y pertinaz que no conseguía superar desde mediados de abril. En mi caso, la enfermedad no debutó con un brote potente. Ante esta situación, el especialista me explicó algunos detalles sobre la esclerosis, me previno sobre alguna circunstancia y poco más.
Al salir de la consulta del neurólogo llamé por teléfono a un médico amigo y de mucha confianza. Tan solo le mencioné el diagnóstico me insistió en que nos viéramos inmediatamente. Con tanto cariño como realismo, me informó con detalle sobre la enfermedad y sus potenciales consecuencias y respondió, de la manera más razonable posible, a la catarata de preguntas con la que le ahogué. Me sentía muy aturdido y superado por todo, tan abrumado que no conseguía procesar la información de una manera ordenada. Algo que ni conocía, ni veía, ni comprendía me atacaba sin piedad, casi de una manera planificada, para destruir mi vida. Así, de buenas a primeras, sin motivo alguno y sin darme la oportunidad de defenderme. Sin explicaciones, sin posibilidad de reclamar a nadie, de señalar a un responsable, sin encontrar una razón para merecer semejante castigo. Tanto estudio, tanto trabajo, tanto sacrificio para nada, para que llegara sin avisar una tal esclerosis múltiple a dinamitarlo todo. Casi sin darme cuenta me encontraba sumido en una espiral imparable y violenta de sentimientos radicales y enfrentados. Frustración, impotencia, rabia, tristeza, miedo, ira, angustia, vulnerabilidad, rebelión, fragilidad, sorpresa… Un tsunami emocional cargado, además, de mil preguntas sin respuestas.
Pocos días después llegó el primer brote severo. La primera ocasión de medirnos cara a cara mi esclerosis múltiple y yo. Durante los siguientes treinta días se me centrifugó la vida, la mente, el carácter… Una suerte de catarsis en la que tomé mi primera decisión importante post diagnóstico: una cosa era que esa partida no pudiera ganarla y otra muy distinta que yo diera la partida por perdida.
Pero eso ya es otra historia.
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