HISTORIA 21: PACO MADRID LÓPEZ
HISTORIA 21: PACO MADRID LÓPEZ
Recuerdo el día en que me diagnosticaron esclerosis múltiple como si fuera ayer. Había estado sintiendo una serie de síntomas extraños, como visión doble, mareos y una sensación de adormecimiento en las piernas. Al principio pensé que era estrés o fatiga, pero conforme pasaron las semanas, las cosas no mejoraron. Decidí finalmente ir al médico.
Después de varios exámenes, no sabían decirme que es lo que tenía y eso es lo que más miedo me daba. Tras varios meses sin saber qué es lo que tenía fui a mi médico de confianza, el Doctor Caba, entré en su consulta, me hizo una ecografía, le entregué todas las pruebas que tenía y sin dudarlo me dijo que tenía un brote de Esclerosis Múltiple.
Esas palabras me golpearon como una ola. No entendía nada, mi mente se nubló de inmediato. No sabía qué pensar o sentir. En un par de segundos, la palabra “esclerosis” estaba clavada en mi mente, pero no lograba asociarla completamente con lo que estaba pasando en mi vida. El Doctor Caba me explicó lo básico: que es una enfermedad crónica en la que el sistema inmune ataca la cobertura protectora de las fibras nerviosas, causando interferencias en la transmisión de señales entre el cerebro y el cuerpo. Mientras hablaba, no era consciente de lo que me estaba diciendo y me puse a llorar.
Lo primero que sentí fue miedo. Miedo al futuro, miedo a lo que esa noticia significaba para mi vida, para mi trabajo, para mi familia. Sentí que el tiempo se había detenido, por un momento, solo podía pensar en lo que había perdido y lo que podía perderme por culpa de la enfermedad. Después de unos minutos, el médico me explicó que tenía que hacerme una prueba neurológica en el Hospital Torrecárdenas de Almería, para que documentaran lo que tenía. Me hicieron una prueba que consistía en picharme la cabeza, en la que no dejaba de llorar. Después de todo lo que pasé y saber lo que tenía me tranquilicé un poco, con el mismo miedo, pero ya más tranquilo porque estaba en manos de los médicos y empecé con el tratamiento.
Cuando me diagnosticaron, fue muy duro. Como a muchos, la noticia me cambió la vida de inmediato, pero lo que no me esperaba era cómo podría afectarme en el trabajo. Yo llevaba años trabajando en una empresa donde, hasta entonces, me había sentido valorado y respetado. Sin embargo, todo cambió cuando comencé a enfrentar síntomas más severos. Un par de semanas después, me convocaron a una reunión y me informaron que, debido a mi rendimiento y a los “problemas de salud” que empezaban a afectar la dinámica del equipo, me despedían. No había señales de que me ofrecerían una salida digna, solo me dijeron que me despedían sin más.
Al principio, me costó aceptar lo que había pasado. Pasé días llorando y pensando en cómo me iban a ver los demás, en qué pensaría mi familia, y, sobre todo, en mi futuro. Si hay algo que me quedó claro es que la EM no es el final de mi vida profesional, aunque en ese momento me pareció que lo era. Y lo más importante: la forma en que te tratan en los momentos más vulnerables habla mucho de las personas y de las empresas, pero también de ti mismo. Me caí, pero me levanté más fuerte, con más coraje y más sabiduría.
Con el paso del tiempo fui conociendo a personas que tenían lo mismo que yo, concretamente en mi pueblo, Berja. Al principio, intenté lidiar con todo por mi cuenta. Sentía que hablar de la enfermedad era mostrar debilidad, así que me aislé. Pasaron meses antes de que me diera cuenta de que no podía seguir así. Fue entonces cuando un amigo me habló de AEMA, una asociación en Almería. Fue allí donde comprendí que la EM no tenía que definir quién era yo. Aprendí sobre tratamientos físicos, pero también sobre cómo cuidar la salud emocional, cómo compartir miedos, frustraciones, pero también alegrías. Descubrí que no tenía que enfrentar esto solo.
La asociación no solo me dio información, sino también una nueva perspectiva. No me convertí en una persona diferente de la noche a la mañana, pero comencé a ver las cosas con otro enfoque. Empecé a priorizar lo que realmente importa, a disfrutar de cada momento, a dejarme ayudar y a ofrecer mi apoyo a otros. Y, sobre todo, entendí que no tengo que ser una víctima de la esclerosis múltiple, sino un luchador que busca adaptarse y avanzar.
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