Historia 3: Anónima AGDEM

 


Historia 3: Anónima AGDEM

Un sábado por la mañana, Juan había quedado con sus amigos para jugar un partido de pádel. Llevaba tiempo practicando y, aunque no era un profesional, le encantaba la adrenalina del juego y la competitividad. Todo iba bien hasta que, en mitad de un punto disputado, sintió un dolor agudo en la parte baja de la espalda. Fue como un tirón fuerte que le dejó sin poder moverse por unos segundos. Pensó que simplemente había hecho un mal movimiento. Estiró un poco y, aunque la molestia persistía, decidió continuar jugando.

Al día siguiente, notó algo raro: la mitad de su cuerpo, incluida parte de su cara, estaba entumecida. Era una sensación extraña, como si una parte de su piel no le perteneciera. Aunque le resultaba incómodo, no le dio demasiada importancia, creyendo que se trataba de una secuela del tirón. “Debe ser el estrés o el cansancio”, se repetía a sí mismo. Pero los días pasaban y la sensación no desaparecía. Lo más raro era que no sentía dolor ni ningún otro síntoma grave, así que decidió esperar y ver si se resolvía solo.

Sorprendentemente, unas semanas después, la molestia desapareció. No había tomado medicamentos, ni había visitado al médico. Su cuerpo parecía haber vuelto a la normalidad. Sin embargo, algo dentro de él le decía que debía investigar más, aunque no estaba seguro de qué estaba ocurriendo.

El fin de semana siguiente, decidió ir a visitar el pueblo de su madre para desconectar un poco. El aire fresco y la tranquilidad del campo siempre le sentaban bien. La primera noche, sin embargo, no durmió del todo bien. Al despertar, sentía un ligero dolor en el cuello y su visión estaba borrosa. Cada vez que intentaba enfocar, le costaba. Bajar las escaleras fue un desafío, pues la falta de claridad en su visión le hacía tambalearse. Al principio pensó que era culpa de la almohada incómoda que le habían dado en la casa, pero con el paso de las horas el malestar no mejoraba.

Preocupado, decidió acudir a un médico cuando regresó a la ciudad. Después de varias pruebas, le dieron un diagnóstico que no esperaba: esclerosis múltiple. Aunque el nombre de la enfermedad le sonaba serio, Juan se lo tomó con sorprendente calma. En el fondo, las señales de su cuerpo ya le habían dado pistas de que algo no andaba bien. No fue un shock, sino más bien un alivio saber por fin qué estaba ocurriendo.

El médico le explicó que, afortunadamente, habían detectado la enfermedad en una fase temprana y que, con el tratamiento adecuado, podría llevar una vida normal. Juan se sintió agradecido. 

Aunque la noticia no era lo que él hubiera deseado, estaba en paz sabiendo que, al menos, ahora tenía una explicación clara y los medios para manejar su condición.





Comentarios

  1. Gracias por contar! Y me alegro que por lo que indicas se ha captado a tiempo y puedes hacer una vida normal. Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares