Historia 11- Angélica Molina Gómez

PASTEL DE LIMÓN

La luz de la luna entra por las ventanas iluminando así el pasillo de casa. Me alegro al pensar que de aquella manera podré llegar al baño, aunque las piernas no quieran hacer caso a las órdenes que le manda mi cerebro. «¡Pero ¡qué me pasa! Creía que el haberme caído de la cama nada más ponerme en pie habría sido por estar aún dormida… pero parece que no», pienso mientras me acerco al lavabo a cámara lenta para no besar el suelo.

A la mañana siguiente nada extraño parece ocurrir; me muevo con normalidad, me ducho sin problemas y me dirijo al coche para llegar al trabajo. ¡Menos mal que el tráfico es cosa de la ciudad y no de este precioso y pequeño pueblo! De todas maneras, no me siento segura, mis pies no quieren realizar bien el cambio de embrague, freno, acelerador. Parecen haber olvidado la secuencia correcta. Nada más entrar por la puerta es mi jefe quien me dice que camino de manera extraña y que debería ir al médico. Tras una breve, pero efectiva consulta con él, me da un papel donde se puede leer posible enfermedad autoinmune. Por desgracia mi carrera sanitaria baraja todas las posibles afecciones posibles. Al salir me llevan a una sala donde advierto un tubo de resonancia magnética, dentro del tubo unos ruidos me hacen pensar si no se habrá roto la máquina.

Poco después, introducen el contraste y en seguida estoy fuera. Me llevan a una habitación para esperar al médico. Tras unos minutos, entran él y una enfermera. Me explican qué es la punción lumbar, aunque yo ya lo supiera.

—Perdón… —Me disculpo tras dar una patada involuntaria a la enfermera situada delante de mí.

—Tranquila, no pasa nada —comenta con una sonrisa.

Tras irse no puedo controlarlo, las lágrimas anegan mis ojos y soy incapaz de controlarlas. «Sabía que la esclerosis múltiple era una posibilidad, ¡joder!», me digo entre lágrimas. La medicación entra a través de una vía periférica y me siento realmente bien. «Igual se han equivocado y no es esclerosis múltiple», me miento. Cuando entra el doctor me lo explica todo y desconecto al saber en qué consiste la enfermedad y haber tratado a pacientes con este mismo diagnóstico.

Fue hace ya tanto, que tras los años y la distancia entiendo cómo al principio todo fue relativamente bien hasta que una depresión de órdago, se apoderó de mí tras cinco meses hospitalizada. Nunca pensé que una depresión se manifestara tal y como lo hizo. Recuerdo días sin moverme del sofá y todos me parecían el mismo, hasta que la expresión de tristeza en el rostro de mi pareja me hizo pedir ayuda. Necesitaba volver a la normalidad de mi trabajo, mis horarios y la vida que conocía. Un drama que por desgracia demasiada gente sufre, para mí no deja de ser como un pastel de limón, donde lo dulce de un pastel se entrelaza con lo ácido del limón…  



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