Historia 14- Raquel Campo Rodríguez
Me llamo Raquel, tengo 56 años y soy docente de Formación Profesional. Mi vida, como la de todos, se ha construido a base de pequeñas metas y de momentos que parecen sencillos, pero encierran una enorme fuerza. Siempre me ha gustado viajar, descubrir rincones en autocaravana, hacer rutas de senderismo, disfrutar del teatro, la danza y la música. Pero lo que más me mueve cada día es plantearme nuevos retos, aunque sean pequeños.
Un día recibí un diagnóstico que jamás imaginé:
Esclerosis Múltiple. Al principio fue un golpe difícil de asimilar, una mezcla
de sorpresa y miedo al futuro. Me rompió por completo los esquemas de la vida
que tenía proyectada y sentí que mi vida se dividía en dos: la de antes y la de
después del diagnóstico. Cada persona vive este proceso a su ritmo y a su
manera; y así fue el mío. Pero pronto comprendí que lo importante no era lo que
vendría, sino cómo iba a vivir cada instante a partir de entonces.
Uno de mis mayores logros ha sido criar a mis hijos.
Cuando recibí el diagnóstico, ese era mi mayor temor: no ser capaz de ejercer
plenamente como madre. Hoy creo que
puedo decir que lo conseguí. Además, regresé al mundo laboral y disfruto de mi
trabajo, lo que se ha convertido en una de mis victorias más dulces. También he
alcanzado otros retos, como la Ruta del Cares, que recuerdo con especial
emoción porque fue un desafío enorme, tanto físico como mental. Y lo logré. Con
ello aprendí que, muchas veces, los límites no están en el cuerpo, sino en la
mente.
Con cada reto cumplido descubrí que dentro de mí había
más fuerza de la que imaginaba. Incluso cuando sentía que ya no podía más,
siempre encontraba la forma de dar un paso más. Ese “poquito” me ha hecho
sentir orgullosa en muchas ocasiones. Entendí que la voluntad y el esfuerzo son
aliados que nunca fallan, igual que lo son mi familia y las personas que me rodean, que siempre me
dan motivación y fuerza para continuar.
Con el tiempo aprendí a escuchar mi cuerpo y a no
culparme cuando no puedo hacer algo. Dejé de llamarme “vaga” en esos días y
empecé a tratarme con respeto. Aprendí a vivir el presente y a saborear el
ahora, sin preocuparme por un futuro que quizá nunca llegue tal como lo
imagino.
Cuando me diagnosticaron acudí a la asociación de A Coruña, y la psicóloga me dijo una frase que
me marcó: “Nadie sabe lo que va a ocurrir mañana”. Ese día decidí dejar de
vivir con miedo al futuro y, poco a poco, empecé a disfrutar del presente. Hoy
la Esclerosis Múltiple forma parte de mi vida, pero no me define. Yo me defino
por lo que amo, por lo que lucho, por las metas que he alcanzado y por las que
aún me quedan por soñar.
Si pudiera dar un mensaje a alguien recién diagnosticado,
le diría que afronte el momento con valentía, que confíe en que es mucho más
fuerte de lo que cree y que con el tiempo lo irá descubriendo. Que mantenga la
esperanza, porque cada día se investiga más y el futuro se dibuja con nuevos
colores.
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