Historia 15- Rebeca Cernadas Ameijeiras
Soy Rebeca, tengo 36 años y si algo me define es la música y mantenerme activa, es mi esencia. Me encanta ir a conciertos y disfrutar de actividades en el mar, como piragua o vela, que me hacen sentir viva y libre.
Mi vida cambió a los 17 años, cuando me caí haciendo el Camiño da Barca y sufrí una luxación de
rótula. A partir de entonces empecé a tropezar, a caerme y a tener problemas de
visión, hasta que un psicotécnico para el carnet de conducir me recomendó ir al
neurólogo. Tras varias pruebas, llegó el diagnóstico: esclerosis múltiple.
Sentí miedo, incertidumbre y una sola pregunta me rondaba: “¿Y ahora qué pasa
con la universidad, con mi vida y mis proyectos?”.
Caminar era un reto cuando empecé a trabajar en una inmobiliaria.
Llegar a la casa, subir escaleras, mostrar cada rincón de la vivienda… Por
suerte nunca me caí en esos momentos, pero era una inseguridad que me perseguía
siempre. Y si algo me quedó pendiente, fue poder trabajar como siempre imaginé.
Fue muy frustrante y a día de hoy sigo teniendo esa “espinita”. Tampoco nunca
pensé que volvería a salir de fiesta ni disfrutar de la vida después del
diagnóstico. Pero con el tiempo, volví a salir de fiesta, incluso a festivales.
Actualmente también practico deportes adaptados que nunca imaginé que haría
como surf en la playa, vela o piragua. Por eso vivo día a día y disfruto con
mucha intensidad cada momento.
Para conseguirlo y seguir adelante aprendí a escuchar mis
emociones y a mantenerme rodeada de gente que me ayuda y me aporta. Personas
como Miguel, mi pareja, a quien conocí en una merienda de ACEM (Asociación
Coruñesa de Esclerosis Múltiple), han sido un gran apoyo; su compañía y un
abrazo suyo en los días difíciles me ayudan a seguir adelante y me recuerdan
que no estoy sola. Pero poco a poco, descubrí que soy más fuerte de lo que
imaginaba y he ido adaptándome a las circunstancias siempre.
Uno de mis mayores logros fue graduarme en la
universidad. ¡Y no caerme en la graduación! Guardo con mucho cariño los recuerdos
de ese día, con el vestido que me regaló mi abuelo. Cada escalera que subía era
una pequeña gran victoria y a pesar de no haber podido trabajar de ello, me
hace recordar que fui capaz de sacarla, a pesar de las circunstancias. También
considero un gran orgullo, haberle regalado mi coche a mi hermano, porque yo no
podía conducir. A día de hoy cuando veo el coche, para mí es como un símbolo de
todo lo que he conseguido y de cómo soy.
Pero quizás mi mayor triunfo no esté en los títulos, sino
en haberme encontrado y aceptado tal como soy y mantenerme tan alegre y
positiva. Ahora estoy esperando publicar La
niña del columpio, un libro que escribo junto a Miguel para compartir este
camino.
Y si algo he aprendido es que la vida puede cambiar en un
instante. Por eso, no dejes para mañana lo que te haga feliz hoy: vive,
disfruta y atrévete, porque cada momento cuenta.
Comentarios
Publicar un comentario