Historia 26- Jessica Framit Gómez

Siempre sale bien

Me diagnosticaron Esclerosis Múltiple en febrero de 2005, cuando tenía 12 años. Recuerdo aquel momento como si el tiempo se detuviera: la incertidumbre se instaló en mi vida sin pedir permiso. Desde entonces, he aprendido que convivir con esta enfermedad es caminar sin saber qué habrá detrás de la próxima curva. Y, aun así, sigo caminando. Cada día me recuerda que la resiliencia se construye paso a paso, y que incluso los avances pequeños tienen un valor enorme.

Lo más difícil ha sido la incertidumbre. Nunca se sabe cuándo llegará un brote ni cómo me afectará. Hay días en que la pierna me falla, la fatiga me deja atrapada, la visión se vuelve borrosa… Con el tiempo descubrí que no sirve de nada luchar contra el miedo: lo mejor es mirarlo con calma. Cada pequeña mejora es una victoria invisible que solo yo conozco, y aprender a celebrarlas se ha vuelto un refugio que me sostiene. La paciencia y el aprecio por los pequeños logros se han convertido en herramientas esenciales para seguir adelante.

Mi familia ha sido mi sostén, sobre todo mi madre, que siempre me recuerda que de cada caída salgo más fuerte. Su fe en mí me ha salvado más veces de las que imagina.

He tenido logros que nunca habría imaginado el día del diagnóstico: corrí la Media Maratón de Granada, subí los picos más altos de Andalucía y he recorrido rutas de montaña que exigían más de mí de lo que creía poder dar. Ser algo patosa y que la pierna me falle hace que cada ruta sea todavía más emocionante, pero aun así disfruto de cada paso y esfuerzo, aunque el cuerpo no baile al mismo ritmo que tu alma. Siempre lo siento: “Va a salir bien”. Cada ascenso, cada paso vacilante, me recuerda que sigo aquí, viva y con el corazón en llamas. Aprender a valorar cada logro, por pequeño que sea, se ha convertido en un acto de amor propio.

Cuando estoy en la montaña, el aire fresco me llena los pulmones y me encanta escuchar el silencio. Siento cómo cada músculo se despierta con el esfuerzo y algo dentro de mí se ordena, como si el mundo volviera a su lugar. Allí me sano por dentro. La montaña me enseña lo mismo que la Esclerosis Múltiple: lo importante no es llegar antes, sino avanzar, paso a paso, sin rendirse. Cada caminata me recuerda que la vida se construye con pequeños pasos constantes, no con grandes saltos.

Después de veinte años conviviendo con la EM, he aprendido que la fuerza no consiste en no caer, sino en seguir creyendo en una misma incluso cuando el cuerpo duda. He aprendido a vivir el presente con gratitud, a celebrar los días buenos y a abrazar los no tan buenos con paciencia.

La Esclerosis Múltiple me ha enseñado que, incluso cuando las certezas desaparecen, siempre hay algo dentro de mí que me guía, me sostiene y me impulsa a seguir adelante.

Y sí, después de todo, siempre sale bien.



Comentarios

Entradas populares